Recuerdos de una Niña

Una familia se traslada al País Vasco en los años 80, enfrentando el peligro y las estrictas reglas de seguridad debido al terrorismo de ETA, lo que marcó profundamente su infancia. A pesar del miedo y las restricciones, lograron adaptarse, pero nunca olvidaron esos años difíciles y la valentía de quienes los protegieron.

E C P

8/15/20242 min leer

Agentes de la Policía Nacional en San Sebastián junto a tanquetas. 1980.
Agentes de la Policía Nacional en San Sebastián junto a tanquetas. 1980.

En 1982, mi padre, policía nacional, fue trasladado al País Vasco, concretamente a Pasajes de San Pedro, Rentería. Eran años difíciles, años de plomo, con ETA expandiendo intensamente su barbarie terrorista.

La familia decide que nos traslademos todos, juntos, mis hermanos y yo, la mayor, con 9 años. Aún recuerdo aquel viaje. Catorce horas en un renault 12 blanco. El trayecto, con millones de curvas. Y yo, con la cara verde aguacate, mareada.

La primera impresión al llegar fue buena. De hecho, para mí todo aquello resultaba una aventura. Colegio nuevo. Amigos nuevos. ¡Bendita inocencia, que no nos permitía entender la cruda realidad!

Nuestra nueva casa estaba en unos edificios ocupados sólo por policías nacionales. Los pisos eran pequeños, con suelo de parquet y mucha humedad. En la plaza que había próxima a casa estaba la cabina de teléfono, desde la que llamábamos a la familia. No había móviles. Eran otros tiempos.

En la plaza siempre permanecían dos o tres vehículos de la policía nacional, fuertemente armados. Y pasada la plaza, subíamos unas escaleras que daban paso a una calle estrecha, a través de la cual se accedía al patio en el que estaban los portales de las viviendas.

Después de instalarnos, empezaría nuestra nueva vida. Relaciones con los lugareños. En el colegio. En los comercios. Y llegarían también unas nuevas reglas que seguir. Nadie podía saber que éramos hijos del Cuerpo. Pero nuestro acento resultaba tan inconfundible, que teníamos que disimular y mentir.

Recuerdo a mis padres indicándonos con seriedad a mis hermanos y a mí esas nuevas reglas. A partir de hoy, el papa es obrero. Y trabaja en esta empresa. Hemos venido por aquella obra, y nos quedaremos el tiempo que dure. No podéis traer a casa amigos del colegio, ni ir vosotros a casa de ningún amigo, salvo que sea hijo de un vecino. Sólo podéis jugar en el patio de abajo. Nada de parques, ni boleras. Y sólo saldréis más allá del patio con los papás.

Mi cara reflejaba toda la incredulidad que me embargaba. ¡No me lo podía creer! Iba a ser lo más parecido a una cárcel, pero, a pesar de nuestra corta edad, supimos entenderlo, y llevarlo adelante.

Fueron tiempos difíciles. El miedo nos hizo espabilar, y aprender. Nunca olvidaré aquellos dos años. El terror reflejado en los ojos de mi madre, ante el horror que nos rodeaba. Policías nacionales asesinados con metralletas en un bar. Coches bomba. Mirar bajo el coche antes de subirnos a él. La locura desatada si aparecía una bolsa abandonada junto a un coche. Salir en fila ordenada de clase con cada aviso de bomba.

Cuando echo la vista atrás, hacia aquellos años, recuerdo a todos los héroes que se han quedado por el camino. No podemos olvidar. No debemos olvidar. No podemos permitir que el mal se expanda, nuevamente. Y a los Cuerpos y Fuerzas se Seguridad del Estado, gracias. Siempre. Gracias.