El Miedo

El miedo a perder a un ser querido se materializó cuando mi esposo sufrió un grave accidente de tráfico mientras trabajaba. Relato la angustia de recibir la noticia y el alivio de verlo sonreír tras una larga recuperación, aunque el temor persiste cada día.

Ana María Arolo Cruz

7/30/20242 min leer

La devastadora escena de un accidente de tráfico que dejó a un guardia civil gravemente herido
La devastadora escena de un accidente de tráfico que dejó a un guardia civil gravemente herido

El miedo es un sentimiento horrible que no te permite vivir con tranquilidad. Cada día que mi marido sale de casa camino del trabajo, mi cabeza piensa: ¿volverá? Y mi corazón se encoje por segundos. Segundos que resultan eternos.

Ese miedo, miedo a la pérdida, miedo a que cualquier día sea ÉL quien, durante la prestación de servicio, sufra un accidente, una agresión, se vea sobrepasado por la acuciante falta de medios, o se vea obligado a responder ante una situación violenta, se convierte en tu compañero de viaje. Siempre está ahí, aunque no lo veas. Y hay días en los que su presencia se materializa, y empieza la pesadilla.

Septiembre de 2017. Un día cualquiera, comiendo con mi hija y mi madre en casa, suena el teléfono. Ha tenido un accidente de tráfico. El conductor de una furgoneta ha impactado contra su moto. Su cuerpo herido sale disparado por el aire, tras el impacto, cayendo de espaldas sobre la carretera. Su casco, partido en dos. Le trasladan al hospital en estado grave.

Mi camino hacia el hospital fue un infierno. Temblando, sin poder dejar de llorar, el frío del miedo recorriendo todo mi cuerpo, y mi alma. ¿Estará vivo? ¿Estará bien? Conduciendo como autómata entre el tráfico, sólo puedo pensar en llegar cuanto antes a su lado para verle, para saber cómo está.

Cuando llego, muchos de sus compañeros ya están allí, y tratan de calmarme, acompañándome. Sus miedos se unen a mi miedo. Luego, los médicos. Está estable, pero hay que esperar para conocer el alcance de la lesión. ¿Podrá volver a andar?

Y llega el momento de verle, por fin, después de esa angustiosa espera. Después de esperar entre llantos y desesperación, entre manos amigas, pruebas y médicos. Está sobre una camilla, inmovilizado, aún visibles rastros de sangre. Me acerco y, al verme, me mira, sonríe, y llora. ¿Cómo explicar lo que sentí en esos momentos? No encuentro palabras. Me resulta tan difícil de expresar… Esa sonrisa fue mi luz, mi calma, mi vida.

La recuperación fue larga y dolorosa. Y después, de nuevo, de vuelta al camino de la normalidad. De vuelta al trabajo. De vuelta al miedo. Miedo a esa llamada que atormenta el alma. Miedo a perder la mitad de mi vida. Miedo a que mi hija pierda a su padre. Miedo a que ÉL no vuelva a casa.